En el mítico restaurante el
Portalón de Marbella, con una carta de
1.500 referencias, cada vino seleccionado tenía que transmitir su paisaje y contar la historia de
su creador.
Para conocer esas historias
mínimas siempre estábamos viajando, buscando vinos de productores singulares. Vinos que capturan esa sustancia
natural que tiene cada rincón y que los seres humanos no vemos y se nos hace
inalcanzable de percibir. Una especie de ocultismo mágico, que nos va
conectando con la forma de vivir y de interpretar el lugar
que tiene cada agricultor.
De visita en San Rafael Mendoza estuve en varias bodegas, pero no
encontraba nada emocionante, me faltaba profundidad. Por suerte en un paraje
perdido de Salto de Las Rosas, distrito de Cañada Seca, conocí a Jorge
Eustaquio Mansalve, un agricultor que ha
dedicado toda su vida al arte de
cultivar uvas.
De trato muy cordial, con enormes pausas al hablar, me revela que es empleado en una bodega de empresarios españoles haciendo las labores de la finca. Cuando comienza a soltarse, me cuenta que él es propietario de una finca de 1 hectárea de viñedo, de la cual una parte de la uva la malvende y con la otra elabora un vino en su casa para su consumo, duda si sus uvas son de Barbera o Bonarda, le da igual entiende que la cepa es un medio para expresar el terruño.
Tímidamente me dice que le gustaría
que probase su vino aunque me avisa que los técnicos de la bodega en la que trabaja
le dijeron que carece de calidad ya que le falta alcohol, 12 grados es muy poco. Continúa comentando con
humildad que él hace el vino que se ha hecho siempre y el que le gusta a él, expresa mientras
descorcha unas botellas.
Lo pruebo lentamente y lo primero que me sale es decirle que parece un vino del Jura un Poulsard, impaciente me pregunta “¿te gusta?” emocionado le digo: “sí qué bueno”, “así son los grandes vinos finos de Europa de regiones como Borgoña Francia, Ribeira Sacra España, vinos fáciles de beber con gran estructura y finura”.
La historia no termina ahí, meses
después recibo un mensaje en el que Jorge me cuenta que la uva de la cosecha 2015 no la va a malvender y que va a crear su propia bodega,
su nombre es Tierra Fructífera. La primera cosecha que comercializó la vendió rápidamente a turistas y a restaurantes de Buenos Aires
aunque por suerte reservó unas botellas de su vino “Nuestra Plenitud” para enviarme a
España.
Es obvio que Jorge con una
producción de 3.000 botellas de vino no se va a hacer rico. Su actitud y su finca
ponen en valor el rural y no es tan sólo el gesto de qué sus uvas no terminen homologadas en alguna
macro bodega sino que además dignifica el vino del viñatero (Patero) que para los nostálgicos es la grandeza de lo
cotidiano.
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